Sábado Santo
Sábado santo, para acompañar a nuestra madre la Virgen María, madre del dolor, que da su corazón al pie de la Cruz.
Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección.
Es el día del silencio: Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío. La Cruz sigue entronizada desde el día anterior. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.
Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz «¿por qué me has abandonado»?- ahora él calla en el sepulcro. Descansa: «consummatum est», «todo se ha cumplido». Y en la Noche Santa, la noche más significativa del año, La solemne Vigilia Pascual.
El Sábado, está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Son tres aspectos de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado.
Vigilia Pascual
¡Oh aleluya cristo vive, para siempre Aleluya!
Esta es la noche más cargada de sentido. El “paso” de Dios en la historia de su pueblo. El “paso” de Israel a través del Mar Rojo, el “paso” de Cristo a la nueva existencia. Todo esto se aplica ahora a la Iglesia de Cristo y se celebra en las lecturas, en el Bautismo y en la Eucaristía de la Noche Pascual, para que también ella y cada cristiano “pasen” de la muerte a la vida y del pecado a la gracia: todo ello en la espera del “paso” definitivo que la humanidad realizará hacia los cielos nuevos y la tierra nueva al final de los tiempos.
El Misterio Pascual de Cristo crucificado, sepultado y resucitado, tiene en esta liturgia nocturna su celebración culminante. La vigilia comienza en el exterior del templo con la liturgia de la luz y se ilumina la iglesia como signo de la resurrección del Señor. La liturgia de la palabra proclama las maravillas de Dios en la historia de la salvación, desde la creación del mundo al Misterio Pascual de Jesucristo; luego viene la liturgia bautismal, con la renovación de las promesas que se hicieron en la iniciación cristiana (el bautismo), y luego la asamblea es invitada a la mesa que el Señor, por medio de su muerte y resurrección, ha preparado para su pueblo (cuarta parte de la vigilia, liturgia eucarística).
Unos signos singulares: El fuego y el cirio pascual.
Nos reunimos en torno a una hoguera, como los israelitas en los campamentos cuando iban hacia la tierra prometida. En la Pascua todo es nuevo, el fuego, el agua del Bautismo, los panes sin levadura…
El cirio pascual es un símbolo de Jesucristo resucitado, que conserva las huellas de la pasión, como la cruz y las cinco marcas señaladas con granos de incienso que recuerdan las cinco heridas del crucificado. También se marcan en el cirio las letras griegas Alfa y Omega, que significan que Jesús es el Señor de esta Pascua y de todos los tiempos, del principio al fin. Como la columna de fuego que iba guiando a los israelitas en el desierto, así nos guía ahora Jesús y entra el primero en la iglesia, iluminándola con su luz.